Nunca se sabe
quando estamos num lugar
pela última vez. Numa casa
que vai ser demolida, numa sala
provisória que vai encerrar, num velho
café que mudará de ramo, como
página virada jamais reaberta, como
canção demasiado gasta, como
abraço tornado irrepetível, numa
porta a que não voltaremos.
Arquivos mensais: dezembro 2018
Francisco Brines – Sitiado pela Divindade
Hoje voltas-te para o mar,
com o corpo nu como na juventude,
e todo o peso de ouro caindo sobre as costas
como um interminável falcão que, azul, plana ao largo
e pousa no braço, sem emitir sons, e respira.
Descubro, com sereno assombro, minha existência,
e o mundo então existe – o mar, que para a criança
é sempre liberdade, espaço de quietude,
e o mistério de nele reconhecer a eternidade
pulsando no tempo;
um céu, que é quimera e verdade,
e esta praia deserta,
que tinha tantas pegadas, e todas se apagaram,
e espera outras diferentes, vãos sinais,
e é um espelho sem brilho, sem luz, um espelho cego.
Descubro, com sereno assombro, que ainda existo,
e o mundo então existe, e há uma testemunha
que canta as costas atordoadas,
e é ele, na solidão e no silêncio distante,
que, desolado, busca, atrás de si,
de novo conhecer aquele que um dia existiu e está extinto,
pois o dorso está de novo cingido
pela divindade, pelo ouro do tempo.
De forma traiçoeira a carne ressuscita, e neste encontro inofensivo
da pele com o ar sob o sol azul
de novo lembras ao homem que, no tempo,
tudo ainda é verdade: o mar e seu som,
os aromas que emanam das montes,
o corpo na solidão.
Mas junto com o tempo lento há outro breve
e o que se aninha na cabeça dos homens,
nos dois esconderijos do amor, é rápido,
era feliz e inocente, e cansado, e era infeliz,
e habitou a amargura, e repousou depois,
e sabia da ilusão e estava apaixonado, e era paciente.
Nesta tarde ele observa esse outro tempo
que sabe que não é seu,
o que leva e repousa as ondas na orla
e faz habitar a luz nos vôos do vento,
o tempo que não vê, nem ouve nada, nem sabe,
e desde sempre roda regressando a um princípio.
O ouro pousou e fez cantar as costas,
e tudo foi unidade, lembro agora,
e o quão longe estou daquela juventude,
hoje que as costas sustentam
o calor acabado de uma tarde triunfal de primavera.
Com destino de sombra as palavras
apressam a noite e o silêncio:
olhai, mirai; ainda podeis ver o mar.
Trad.: Nelson Santander
Sitiado por la Divindad
Hoy vuelves frente al mar,
con el cuerpo desnudo como en la juventud,
y todo el peso de oro cayendo sobre el hombro
como un interminable pájaro halcón que, azul, resbala extenso
y se tensa en el brazo, sin emitir sonidos, y respira.
Descubro, con reposado asombro, mi existencia,
y el mundo existe ahí -el mar, que para el niño
es siempre libertad, espacio de frescura,
y el misterio de en él reconocer la eternidad
palpitando en el tiempo;
un cielo, que es quimera y verdad,
y esta playa desierta,
que tuvo tantas huellas, y todas las borró,
y espera otras distintas, signos vanos,
y es un espejo sordo, sin luz, es un espejo ciego-.
Descubro, con reposado asombro, que aún existo,
y el mundo existe ahí, y hay un testigo
al que le canta el hombro deslumbrado,
y es él, en soledad y en distante silencio,
quien desolado busca, tras de sí,
de nuevo conocer a quien un día fue y está extinguido,
pues el hombro de nuevo está sitiado
por la divinidad, por el oro del tiempo.
Con falsedad la carne resucita, y en ese tacto indemne
de la piel con el aire bajo del sol azul
de nuevo advierte el hombre que, en el tiempo,
todo es aún verdad: el mar y su sonido,
las aromas que bajan de los montes,
el cuerpo en soledad.
Mas junto al tiempo lento hay otro breve,
y el que anida en la frente de los hombres,
en las dos madrigueras del amor, es raudo,
fue dichosos e inocente, y hastiado, y fue infeliz,
y habitó en la amargura, y reposó después,
y supo del engaño y estuvo enamorado, y fue paciente.
En esta tarde obseva ese otro tiempo
que sabe que no es suyo,
el que lleva y descansa las olas en la orilla
y hace habitar la luz en los vuelos del aire,
el tiempo que no ve, ni oye nada, ni sabe,
y desde siempre rueda regresando a un principio.
El oro se posó e hizo cántico el hombro,
y todo fue unidad, ya lo recuerdo ahora,
y cuánta lejanía de aquella juventud,
hoy que el hombro sostiene
el calor acabado de una tarde triunfal de primavera.
Con destino de sombra las palabras
apresuran la nochhe y el silencio:
ojod, mirad; aún podéis ver el mar