Vicente Gaos – Testamento

Eu, Vicente Gaos, natural de lugar nenhum, mil séculos de idade, estado civil
solitário, instável
domiciliado/refugiado em um canto do cosmos,
profissão náufrago na sombra,
sem carteira de identidade, sem títulos, condecorações ou diplomas de qualquer tipo,
sem nenhuma marca particular visível no peito ou em qualquer outra parte do corpo,
sem mais cicatriz além de uma necrose miocárdica,
uma velha ferida auto-infligida,
quero dizer, causada por séculos de sofrimento,
de amor escondido, de ternura encoberta por um falso orgulho,
o de não sentir inveja de nada e de ninguém,
o de ter acreditado que sempre havia tempo de sobra,
o de me alegrar verdadeiramente com a felicidade alheia,
o de não nunca sentir pena de mim mesmo,
o de chorar por dentro o dano causado ao próximo,
o orgulho ou a confusão de ter-me sentido vítima, sendo o carrasco,
já que todos os homens somos simultaneamente ambas as coisas,
e não é fácil o discernimento neste momento…

Eu, Vicente Gaos (Vicente Gaos?), agora,
quando começo a sentir na boca o gosto amargo das cinzas
derradeiras, quando recordo dos últimos dias em meio à tormenta final,
porque eu pequei e pequei,
e apesar disso, nada me devolve à inocência infantil,
à proteção filial, à remota fé sincera de não sei que outrora,
de não sei que antesséculo…

Eu, natural do nada,
habitante do nada,
destinado a nada, anônimo,
me aproximo do Notário Supremo,
do Decano universal – nihil prius fide
e entrego-lhe esse testamento escrito à mão
no qual disponho
– se acaso não é certo que quem dispõe é Ele e o homem apenas propõe –
disponho, suplico,
que quando meu velho coração, meu ferido coração der sua última batida,
piedosamente incinerem esta carne que gozou e sofreu,
esses ossos que já estremeceram ora de alegria, ora de horror,
que me despojem de tudo, aliás de nada, pois sempre fui um despojado
(é verdade, não sinto pena de mim mesmo),
e que joguem minhas cinzas ao vento, à água, ao espaço sideral, ao vazio cósmico de onde vim, ao cósmico vazio a que hei de voltar, espero que sem retorno,
pois que ninguém retorna da última margem.

E perto já da maior consolação, da extrema esperança,
confio que Ninguém mais me ameace com outra existência.

E este é o testamento ilusório que outorgo em plena posse de minhas faculdades mentais,
posse de quem só possui dor, ignorância, morte,
e um coração cujo único desejo é o de que cesse já sua pulsação trêmula, suas batidas amorosas,
embora (porque) a vida seja, afinal, e no início, bela, ela é,
e continue renovada, sempre igual, felizmente monótona,
como no primeiro paraíso,
como no éden fúnebre que nunca termina, que nunca terminará,
nunca.

Trad.: Nelson Santander

REPUBLICAÇÃO (com alterações na tradução): poema publicado no blog originalmente em 11/03/2018

Vicente Gaos – Testamento

Yo, Vicente Gaos, natural de la nada, de mil siglos de edad, de estado civil
solitario, inestable,
domiciliado, refugiado en un rincón del cosmos,
de profesión náufrago en la sombra,
sin documento nacional de identidad, sin títulos, condecoraciones ni diplomas de clase alguna,
sin señal particular visible en el pecho ni en ninguna otra parte del cuerpo,
sin más cicatriz que una necrosis de miocardio,
una vieja herida que me produje yo mismo,
quiero decir, que me causaron siglos de sufrimiento,
de amor oculto, de ternura encubierta por un falso orgullo,
el de no sentir envidia de nada y de nadie,
el de haber creído que siempre había tiempo de sobra,
el de alegrarme seriamente del bien ajeno,
el de no autocompadecerme jamás,
el de llorar hacia dentro por el daño hecho al prójimo,
el orgullo o la confusión de haberme figurado que era yo la víctima, siendo el verdugo,
ya que todos los hombres somos simultáneamente lo uno y lo otro,
y no es fácil en este punto el discernimiento…

Yo, Vicente Gaos (¿Vicente Gaos?), ahora,
cuando empiezo a sentir ya en la boca el amargo gusto de la ceniza
postrera, cuando recuerdo en medio de la tormenta final las postrimerías,
porque he pecado, he pecado,
y a pesar de ello ninguna de las cuatro me devuelve a la inocencia pueril,
al amparo filial, a la remota fe cándida de no sé qué antaño,
de no sé qué antesiglo…

Yo, natural de la nada,
habitante de la nada,
destinado a la nada, anónimo,
me acerco ya al encuentro del supremo Notario,
del Decano universal – nihil prius fide –
y le hago entrega de este testamento ológrafo
donde dispongo
– si acaso no es cierto que quien dispone es Él y el hombre sólo propone –
dispongo, suplico,
que cuando mi añoso corazón, mi lastimado corazón haya dado ya su último latido,
incineren piadosamente esta carne que gozó y sufrió,
estos huesos que se estremecieron ya de júbilo, ya de horror,
que me despojen de todo, de nada, pues siempre fui un despojado
(es la verdad, no me autocompadezco),
y que arrojen mis cenizas al viento, al agua, al espacio estelar, al vacío cósmico de donde vine, al cósmico vacío al que he de volver, espero volver sin retorno,
pues nadie regresa de la última orilla.

Y cerca ya del máximo consuelo, de la extrema esperanza,
confío en que Nadie me amenace más con otra existencia.

Y este es el testamento ilusorio que otorgo en plena posesión de mis facultades mentales,
posesión de quien sólo posee dolor, ignorancia, muerte,
y un corazón cuyo único deseo es el de cesar ya en su trémulo palpito, en su amoroso latido,
aunque (porque) la vida sea al fin y al cabo, y al principio, hermosa, lo es,
y prosiga renovada, siempre igual, afortunadamente monótona,
como en el paraíso primero,
como en el edén funeral que nunca termina, que jamás terminará,
jamás.

Vicente Gaos – Homem Total

     Homenagem a Lope de Vega

          I

Olhos verdes de Marta de Nevares
Olhos – negros talvez? – de Dorotea.
Olhos azuis, límpida luz febea
de Camila Lucinda. Que avatares

de amor sem contenção! Gozos, pesares,
gozos… Isto é amor. Quem não me crê,
mire-se no olhar que se pode ver
nos olhos de uma mulher. (Cantares:

Estes olhos que vemos não são olhos
porque também os vemos, eles são
olhos porque nos vêem.
) Mas a cegueira

de Marta, e o esquecimento, os restolhos
de tanto fogo extinto… Tua canção
se eleva enfim até a luz primeira.

          II

Não sabe o que é o amor quem não te ama.
Não sabe o que é o amor quem não te espia.
Arrancaste à tu’alma e poesia
O som mais doce, a mais ferina chama.

O que restou do amor por tanta dama?
Apenas cinzas da imensa pira.
Anuvia-se o olhar, o corpo expira,
e a alma quer se unir à alta rama

de Deus, que com seus silvos amorosos
te encanta na aguda paz do verão.
Madrid, mil, seiscentos e trinta e cinco.

Já se foram os anos venturosos
e os amargos. Tudo passou em vão.
E a Deus te entregas com mortal afinco.

Trad.: Nelson Santander

Hombre total

Homenaje a Lope de Vega

I

Ojos verdes de Marta de Nevares.
Ojos -¿negros tal vez?- de Dorotea.
Ojos azules, clara luz febea
de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

de amor sin contención! Gozos, pesares,
gozos… Esto es amor. Quien no lo crea,
mírese en unos ojos, que se vea
en unos ojos de mujer. (Cantares:

Esos ojos que vemos no son ojos
porque nosotros los veamos, son
ojos porque nos ven.) Mas la ceguera

de Marta, y el olvido, los despojos
de tanta lumbre extinta… Tu canción
se eleva al fin hacia la luz primera.

II

No sabe qué es amor quien no te ama.
No sabe qué es amor quien no te mira.
Tú arrancaste a su alma y a su lira
el son más dulce, la más fiera llama.

¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?
Sólo cenizas de la inmensa pira.
Se nubla la mirada, el cuerpo expira,
y el alma quiere asirse a la alta rama

de Dios, que con sus silbos amorosos
te hechiza en la honda calma del verano.
Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.

Pasaron ya los años venturosos
y los amargos. Todo pasó en vano.
Y a Dios te entregas con mortal ahínco.

Vicente Gaos – Esquecei

Esquece, homem…

Esquece que és cinzas
e tem de converter-te em cinzas.

Esquece dessa quarta-feira
e do in pulvis reverteris.

Pois embora sejas cinza e pó,
há vida, amor, beleza ao redor.

É verdade: beleza, amor, vida,
fugitivas flores de um dia.

Mas flores, sim. Enquanto durar
a magia verdadeira de seu perfume,

esquece do pó e da morte.
É melhor não lembrares

o que, com ou sem memória,
baterá algum dia à tua porta.

Por ora, fecha-a. Abre a varanda,
que te penetre e embriague o sol.

Olha-o bem: fecha as pálpebras,
e que o sol te salve do caos.

No final, verás que tanto faz
viver e morrer, o domingo

e a quarta. Quando chegar
fria e borralheira a morte,

acolhe-a satisfeito, tranquilo,
com a certeza de haver vivido.

Com a lembrança de uma vida
que ignorou a profecia

funeral, que não se perdeu
em medo e dúvida de Deus.

Quando sentires o gosto amargo
da cinza na boca, sorve-o,

apura-o. Quando a morte chegar,
abre a porta e deita-te, dorme.

Trad.: Nelson Santander

Olvidaos

Olvida, hombre…

Olvida que eres ceniza
y has de convertirte en ceniza.

Olvídate de ese miércoles
y del in pulvis reverteris.

Pues aunque seas ceniza y polvo,
hay vida, amor, belleza en torno.

Es verdad: belleza, amor, vida,
fugitivas flores de un día.

Pero flores, sí. Mientras dure
la magia cierta de su perfume,

olvidate del polvo y la muerte.
Más vale que no recuerdes

lo que con memoria o sin ella
llamará algún día a tu puerta.

Ahora ciérrala. Abre el balcón
que te penetre y embriague el sol.

Míralo bien: cierra los párpados,
y que el sol te salve del caos.

Al final verás que es lo mismo
vivir y morir, el domingo

que el miércoles. Cuando llegue
cenicienta y fría la muerte,

acógela conforme, tranquilo,
seguro de haber vivido.

Con la memoria de una vida
que desoyó la profecía

funeral, que no se perdió
en el miedo y duda de Dios.

Cuando sientas el gusto amargo
de la ceniza en la boca, trágalo,

apúralo. Al llegar la muerte,
abre la puerta y tiéndete, duérmete.

Vicente Gaos – Testamento

Eu, Vicente Gaos, natural de lugar nenhum, mil anos de idade, de estado civil
solitário, instável
domiciliado/refugiado em um canto do cosmos,
profissão náufrago na sombra,
sem documento de identidade, sem títulos, condecorações nem diplomas de qualquer tipo,
nenhum sinal particular visível no peito ou em qualquer outra parte do corpo,
sem nenhuma cicatriz além de uma necrose miocárdica,
uma velha ferida auto-infligida,
quero dizer, causada por séculos de sofrimento,
de amor escondido, de ternura encoberta por um falso orgulho,
o de não sentir inveja de nada ou de ninguém,
o de ter acreditado que sempre havia tempo de sobra,
o de me alegrar verdadeiramente com o bem alheio,
o de não me permitir jamais a autocomiseração,
o de chorar por dentro por qualquer dano causado ao próximo,
o orgulho ou a confusão de ter-me sentido vítima, sendo o carrasco,
já que todos os homens somos simultaneamente ambas as coisas,
e não é fácil o discernimento neste momento…

Eu, Vicente Gaos (Vicente Gaos?), agora,
quando começo a sentir na boca o gosto amargo das cinzas
póstumas, quando recordo dos últimos dias em meio à tormenta final,
porque eu pequei e pequei,
e apesar disso, nada me devolve a inocência infantil,
a proteção filial, a remota fé sincera de não sei que outrora,
de não sei que antesséculo…

Eu, natural do nada,
habitante do nada,
destinado a nada, anônimo,
me aproximo do Supremo Notário,
do Decano universal – nihil prius fide
e entrego-lhe esse testamento escrito à mão
no qual disponho
– se acaso não é certo que quem dispõe é Ele e o homem apenas propõe –
disponho, suplico,
que quando meu velho coração, meu ferido coração der sua última batida,
piedosamente incinerem esta carne que gozou e sofreu,
esses ossos que já estremeceram de alegria, e de horror,
que me despojem de tudo, aliás de nada, pois sempre fui um despojado
(é verdade, não sinto pena de mim),
e que joguem minhas cinzas ao vento, à água, ao espaço sideral, ao vazio cósmico de onde vim, ao cósmico vazio a que hei de voltar sem retorno,
pois que ninguém retorna da última margem.

E perto já do máximo consolo, da extrema esperança,
confio que Ninguém me ameace mais com outra existência.

E este é o testamento ilusório que outorgo em plena posse de minhas faculdades mentais,
posse de quem só possui dor, ignorância, morte,
e um coração cujo único desejo é o de que cessem seus trêmulos batidos, seus amorosos pulsares,
embora (porque) a vida seja, ao fim e ao cabo, e no início, bela, e é,
e continue renovada, sempre igual, felizmente monótona,
como no paraíso inicial,
como no éden fúnebre que nunca termina, que jamais terminará,
jamais.

Trad.: Nelson Santander

Vicente Gaos – Testamento

Yo, Vicente Gaos, natural de la nada, de mil siglos de edad, de estado civil
solitario, inestable,
domiciliado, refugiado en un rincón del cosmos,
de profesión náufrago en la sombra,
sin documento nacional de identidad, sin títulos, condecoraciones ni diplomas de clase alguna,
sin señal particular visible en el pecho ni en ninguna otra parte del cuerpo,
sin más cicatriz que una necrosis de miocardio,
una vieja herida que me produje yo mismo,
quiero decir, que me causaron siglos de sufrimiento,
de amor oculto, de ternura encubierta por un falso orgullo,
el de no sentir envidia de nada y de nadie,
el de haber creído que siempre había tiempo de sobra,
el de alegrarme seriamente del bien ajeno,
el de no autocompadecerme jamás,
el de llorar hacia dentro por el daño hecho al prójimo,
el orgullo o la confusión de haberme figurado que era yo la víctima, siendo el verdugo,
ya que todos los hombres somos simultáneamente lo uno y lo otro,
y no es fácil en este punto el discernimiento…

Yo, Vicente Gaos (¿Vicente Gaos?), ahora,
cuando empiezo a sentir ya en la boca el amargo gusto de la ceniza
postrera, cuando recuerdo en medio de la tormenta final las postrimerías,
porque he pecado, he pecado,
y a pesar de ello ninguna de las cuatro me devuelve a la inocencia pueril,
al amparo filial, a la remota fe cándida de no sé qué antaño,
de no sé qué antesiglo…

Yo, natural de la nada,
habitante de la nada,
destinado a la nada, anónimo,
me acerco ya al encuentro del supremo Notario,
del Decano universal – nihil prius fide –
y le hago entrega de este testamento ológrafo
donde dispongo
– si acaso no es cierto que quien dispone es Él y el hombre sólo propone –
dispongo, suplico,
que cuando mi añoso corazón, mi lastimado corazón haya dado ya su último latido,
incineren piadosamente esta carne que gozó y sufrió,
estos huesos que se estremecieron ya de júbilo, ya de horror,
que me despojen de todo, de nada, pues siempre fui un despojado
(es la verdad, no me autocompadezco),
y que arrojen mis cenizas al viento, al agua, al espacio estelar, al vacío cósmico de donde vine, al cósmico vacío al que he de volver, espero volver sin retorno,
pues nadie regresa de la última orilla.

Y cerca ya del máximo consuelo, de la extrema esperanza,
confío en que Nadie me amenace más con otra existencia.

Y este es el testamento ilusorio que otorgo en plena posesión de mis facultades mentales,
posesión de quien sólo posee dolor, ignorancia, muerte,
y un corazón cuyo único deseo es el de cesar ya en su trémulo palpito, en su amoroso latido,
aunque (porque) la vida sea al fin y al cabo, y al principio, hermosa, lo es,
y prosiga renovada, siempre igual, afortunadamente monótona,
como en el paraíso primero,
como en el edén funeral que nunca termina, que jamás terminará,
jamás.