Francisco Brines – Sitiado pela Divindade

Hoje voltas-te para o mar,
com o corpo nu como na juventude,
e todo o peso de ouro caindo sobre as costas
como um interminável falcão que, azul, plana ao largo
e pousa no braço, sem emitir sons, e respira.

Descubro, com sereno assombro, minha existência,
e o mundo então existe – o mar, que para a criança
é sempre liberdade, espaço de quietude,
e o mistério de nele reconhecer a eternidade
pulsando no tempo;
um céu, que é quimera e verdade,
e esta praia deserta,
que tinha tantas pegadas, e todas se apagaram,
e espera outras diferentes, vãos sinais,
e é um espelho sem brilho, sem luz, um espelho cego.

Descubro, com sereno assombro, que ainda existo,
e o mundo então existe, e há uma testemunha
que canta as costas atordoadas,
e é ele, na solidão e no silêncio distante,
que, desolado, busca, atrás de si,
de novo conhecer aquele que um dia existiu e está extinto,
pois o dorso está de novo cingido
pela divindade, pelo ouro do tempo.

De forma traiçoeira a carne ressuscita, e neste encontro inofensivo
da pele com o ar sob o sol azul
de novo lembras ao homem que, no tempo,
tudo ainda é verdade: o mar e seu som,
os aromas que emanam das montes,
o corpo na solidão.
Mas junto com o tempo lento há outro breve
e o que se aninha na cabeça dos homens,
nos dois esconderijos do amor, é rápido,
era feliz e inocente, e cansado, e era infeliz,
e habitou a amargura, e repousou depois,
e sabia da ilusão e estava apaixonado, e era paciente.
Nesta tarde ele observa esse outro tempo
que sabe que não é seu,
o que leva e repousa as ondas na orla
e faz habitar a luz nos vôos do vento,
o tempo que não vê, nem ouve nada, nem sabe,
e desde sempre roda regressando a um princípio.
O ouro pousou e fez cantar as costas,
e tudo foi unidade, lembro agora,
e o quão longe estou daquela juventude,
hoje que as costas sustentam
o calor acabado de uma tarde triunfal de primavera.
Com destino de sombra as palavras
apressam a noite e o silêncio:
olhai, mirai; ainda podeis ver o mar.

Trad.: Nelson Santander

Sitiado por la Divindad

Hoy vuelves frente al mar,
con el cuerpo desnudo como en la juventud,
y todo el peso de oro cayendo sobre el hombro
como un interminable pájaro halcón que, azul, resbala extenso
y se tensa en el brazo, sin emitir sonidos, y respira.

Descubro, con reposado asombro, mi existencia,
y el mundo existe ahí -el mar, que para el niño
es siempre libertad, espacio de frescura,
y el misterio de en él reconocer la eternidad
palpitando en el tiempo;
un cielo, que es quimera y verdad,
y esta playa desierta,
que tuvo tantas huellas, y todas las borró,
y espera otras distintas, signos vanos,
y es un espejo sordo, sin luz, es un espejo ciego-.
Descubro, con reposado asombro, que aún existo,
y el mundo existe ahí, y hay un testigo
al que le canta el hombro deslumbrado,
y es él, en soledad y en distante silencio,
quien desolado busca, tras de sí,
de nuevo conocer a quien un día fue y está extinguido,
pues el hombro de nuevo está sitiado
por la divinidad, por el oro del tiempo.

Con falsedad la carne resucita, y en ese tacto indemne
de la piel con el aire bajo del sol azul
de nuevo advierte el hombre que, en el tiempo,
todo es aún verdad: el mar y su sonido,
las aromas que bajan de los montes,
el cuerpo en soledad.
Mas junto al tiempo lento hay otro breve,
y el que anida en la frente de los hombres,
en las dos madrigueras del amor, es raudo,
fue dichosos e inocente, y hastiado, y fue infeliz,
y habitó en la amargura, y reposó después,
y supo del engaño y estuvo enamorado, y fue paciente.
En esta tarde obseva ese otro tiempo
que sabe que no es suyo,
el que lleva y descansa las olas en la orilla
y hace habitar la luz en los vuelos del aire,
el tiempo que no ve, ni oye nada, ni sabe,
y desde siempre rueda regresando a un principio.
El oro se posó e hizo cántico el hombro,
y todo fue unidad, ya lo recuerdo ahora,
y cuánta lejanía de aquella juventud,
hoy que el hombro sostiene
el calor acabado de una tarde triunfal de primavera.
Con destino de sombra las palabras
apresuran la nochhe y el silencio:
ojod, mirad; aún podéis ver el mar

Deixe um comentário