Agora é invulnerável como os deuses.
Nada na terra pode feri-lo, nem o desamor de uma
mulher, nem a tísica, nem as ansiedades do verso,
nem essa coisa branca, a lua, que já não precisa fixar
em palavras.
Caminha lentamente sob as tílias; olha as balaustradas
e as portas, não para recordá-las.
Já sabe quantas noites e quantas manhãs lhe faltam.
Sua vontade lhe impôs uma severa disciplina. Cumprirá
determinados atos, cruzará previstas esquinas, tocará
uma árvore ou um gradil, para que o futuro seja tão
irrevogável quanto o passado.
Age dessa maneira para que o fato que deseja e teme não
seja senão o termo final de uma série.
Caminha pela rua 49; pensa que nunca atravessará este
ou aquele saguão lateral.
Sem que ninguém desconfiasse, já se despediu de muitos
amigos.
Pensa naquilo que nunca saberá, se o dia seguinte será
um dia de chuva.
Cruza com um conhecido e lhe faz um gracejo. Sabe que
este episódio, por algum tempo, fará parte do
anedotário.
Agora é invulnerável como os mortos.
Na hora marcada, subirá alguns degraus de mármore.
(Isto irá perdurar na memória de outros.)
Descerá até o banheiro; no piso axadrezado a água
apagará rapidamente o sangue. O espelho o aguarda.
Ajeitará os cabelos, ajustará o nó da gravata (sempre foi
um pouco dândi, como convém a um jovem poeta) e
tentará imaginar que o outro, o do cristal, executa os
atos e que ele, seu duplo, repete-os. Sua mão não irá
tremer quando ocorrer o último. Docilmente,
magicamente, já terá apoiado a arma contra a
têmpora.
Assim, creio, passaram-se as coisas.
Trad.: Josely Vianna Baptista
mayo 20, 1928
Ahora es invulnerable como los dioses.
Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras.
Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para recordarlas.
Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan.
Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos, cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado.
Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie.
Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral.
Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos.
Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia.
Se cruza con un conocido y le hace una broma. Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una anécdota.
Ahora es invulnerable como los muertos.
En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros.)
Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda.
Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta) y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite. La mano no le temblará cuando ocurra el último. Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien.
Así, lo creo, sucedieron las cosas.