Francisco Brines – Ardemos na floresta

Mas como conhecer, sem o olhar,
a beleza da floresta, a grandeza do mar?

A floresta estava atrás de mim; meus ouvidos
a conheciam: o farfalhar de suas folhas,
a confusão do canto de seus pássaros.
Sons que vinham de um remoto lugar.
E o mar do outro lado, golpeando
sua fronte, sem roça-la,
cobrindo-a de gotas. Era minha pele
que descobria seu frescor,
meu sonolento olfato que infundia no peito
seu aroma áspero.
Mas como conhecer, sem o olhar,
a beleza da floresta, a grandeza do mar?
Porque, no lugar do peito, não havia mais
do que uma extensa sombra.

(Mas que frio escaldante minhas pálpebras abrasa,
que luz me desvanece, que prolongado beijo
se estende até o centro da mesma sombra?)

Seu rosto era jovem,
seus lábios sorriam,
e o fogo aprisionado no seu corpo
era luz ardente.
Entramos no mar, rompemos
o céu com a fronte,
e envoltos pelas águas contemplamos
os limites da floresta,
sua extensa opacidade.
Deitados na praia, olhei para o rosto dela:
contemplava as nuvens;
e o fogo aprisionado no seu corpo
era de um sombrio resplendor.
Penetramos na floresta, e em seu limiar
detivemos nossos passos;
perdidos, atrás dos troncos, vimos o mar
escurecer.
Tinha o rosto triste,
e antes que para sempre ela envelhecesse
pus meus lábios nos dela.

Trad.: Nelson Santander

Ardimos en el bosque

¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

El bosque estaba tras de mí; lo conocían
mis oídos: el rumor de sus hojas,
la confusión del canto de sus pájaros.
Sonidos que venían de un remoto lugar.
Y el mar del otro lado, golpeando
la frente, sin rozarla,
cubriéndola de gotas. Era mi piel
quien descubría su frescura,
mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho
su duro olor.
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
Porque no había más, en el lugar del pecho,
que una extendida sombra.

(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa,
qué luz me desvanece, qué prolongado beso
llega hasta el mismo centro de la sombra?)

Joven el rostro era,
sus labios sonreían,
y el retenido fuego de su cuerpo
era quemada luz.
Entramos en el mar, rompíamos
el cielo con la frente,
y envueltos en las aguas contemplamos
las orillas del bosque,
su extensa fosquedad.
Miré, tendidos en la playa, el rostro:
contemplaba las nubes;
y el retenido fuego de su cuerpo
era un sombrío resplandor.
Penetramos el bosque, y en las lindes
detuvimos los pasos;
perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar
oscurecía.
Tenía triste el rostro,
y antes que para siempre envejeciera
puse mis labios en los suyos.

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